-Tú llegaste a los estudios cuando ir diariamente al cine en España no estaba aún en las costumbres de los oficinistas. Apenas si un grupo de escritores creíais en esa posibilidad. Rafael Gil, José Santugini…
-Y José Santugini se metió en los Estudios Ballesteros para hacer Una mujer en peligro, primera película mía, primera película realizada en esos estudios.
En efecto, Una mujer en peligro (José Santugini, 1936) se rueda en los nuevos estudios Ballesteros-Tonafilm, trasladados desde el barrio de Embajadores a unos locales mejor acondicionados en la calle García de Paredes. Santiago Ontañón, que además tiene un papel importante en la película, se encarga de diseñar unos decorados acorde con las tendencias europeas del momento -la casa de Fernando, la sala de fiestas, la consulta del doctor Arnal- en adecuado contraste dramático con el viejo caserón en el que se desarrolla la parte central de la acción.
Para escribir el guión, Santugini cuenta con la inestimable ayuda de su compañero de tertulia en El Europeo, Carlos Fernández Cuenca, con mucha más experiencia que él en este campo pues ya se había fogueado como director y había publicado varias monografías de teoría e historia cinematográfica. El resultado de sus esfuerzos es la historia de Fernando Herrero (Enrique del Campo), un crápula millonario que tiene un lío con una mujer casada. El marido vuelve inesperadamente a casa y dispara contra ella. Fernando logra huir. Busca en el periódico alguna noticia del crimen. En lugar de ello encuentra el anuncio de una conferencia que va a dar el doctor Arnal: “El homicidio científico se puede emplear en el estudio del cerebro humano”. Atormentado por su conciencia, Fernando asiste a la disertación y le pide una cita al doctor. Piensa suicidarse y está dispuesto a prestarse a sus experimentos. El doctor le inyecta su fórmula y le cita tres días después, que es el tiempo que tarda en hacer efecto.
Al día siguiente Fernando recibe una llamada de Isabel (Antoñita Colomé), una chica a la que ha conocido casualmente en el parque. Fernando acude al lugar de la cita y ve su rostro suplicante en la ventanilla trasera de un coche que escapa. Monta en un taxi libre y sale en pos de la secuestrada. Ha caído la noche. Llueve. Fernando y Agapito (Castrito), el taxista, llegan empujando el taxi hasta un caserón abandonado.
Ricardo (Santiago Ontañón), el mayordomo, introduce a Fernando en un salón donde se reúnen la dueña de la casa -una abuelita paralítica-, su siniestra nuera y María Isabel, que toca el piano. La dueña explica al recién llegado que Ricardo es un parricida al que su difunto hijo salvó de una condena segura. Hay otro criado, igualmente patibulario: Jerónimo (José Martín). A cenar viene el profesor Laine, un espiritista, que gracias a los poderes como médium de María Isabel pondrá a la madre en contacto con su fallecido hijo. Una vez recuperada de su trance, Isabel le pide a Fernando que no la deje sola. Después de una noche plena de sobresaltos se encuentran con el cadáver del profesor Laine.
Santugini definía así la historia: ”Yo he querido que sea una farsa de humor y de intriga, con cierta originalidad en su desarrollo. Ya dirá el público si lo he logrado”. Los logros hay que anotarlos en el terreno de la invención pura. Desigual en la planificación y en la calidad de las interpretaciones, Una mujer en peligro destaca por su humor extravagante y sus ingeniosos diálogos. En este terreno, se lleva la palma el personaje más castizo del reparto y el único completamente ajeno al enredo: Agapito, el taxista, interpretado por el cómico Castrito. Por contra, Fernando Herrero es el héroe deshumanizado característico del periodo de entreguerras. La cura del doctor Arnal no puede ser más alambicada, pero es la que conviene al mal ilusorio de Fernando. Éste no es el individuo acorralado por la vida de El hombre que se quiso matar (Rafael Gil, 1941); su tipo de suicida se parece más al protagonista de la novela de Jardiel Poncela -otro contertulio de El Europeo- ¡Espérame en Siberia, vida mía!, que recurre a los servicios de la Unión General de Asesinos sin Trabajo.
Una mujer en peligro se estrenó poco antes de la sublevación militar del 36 y tan prometedor debut no tuvo continuidad. El rastro de Santugini desaparece durante la guerra, al menos en lo que se refiere a trabajos cinematográficos.