Antes era bohemio, romántico y militarista. Ahora es romántico, bohemio y se cree antimilitarista, aunque no lo es.
Llegó al campamento ya roto y abandonado, como si llevara varios meses do campaña, con un abundante bagaje de ilusiones y un pequeño envelope en que había muchos libros y algunas camisas.
Cono sargento de su sección, le designé caballo, excusándome de no poder darle otro mejor. Él no le dio a esto importancia, asegurando que en la próxima razzia no tomaría uno que le conviniera. Todos sonreímos, escépticos.
Tiene sangre inglesa y sangre española, y ambas se adivinan sin gran esfuerzo. La primera se advierte en seguida. Alto, desgarbado, huesudo, recuerda al Samuel Weller de Dickens. Toma las cosas por sport, y no da a ninguna importancia exagerada. Tiene a ratos una alegría arrolladora y desbordante y otras veces le ataca el spleen más negro.
Cuando esto le ocurre, si no tiene alguna obligación que cumplir, coge un banquillo moro, que trajo de una excursión a una cabila, y con su cartera de apuntes y algún libro bajo el brazo, sube a alguna torrecilla de la Alcazaba de Zeluán y allí se pasa las horas muertas. Si no puedo hacer eso, El voluntario Ben Aquí nos canta tristones tangos argentinos.
De la raza española, ha tomado el tipo de Quijote, enamorado de una lejana Dulcinea. A ella dedica sus emociones y sus prosas, y en su cerebro laten mil ideas opuestas, todas irreales, sintiéndose a todas horas “desfacedor de entuertos”.
De ahí que su ignorancia de las cosas prácticas de la vida, y especialmente de la militar, llegue a un punto inconcebible.
Aunque antes de incorporaras como voluntario en África había aprendido lo elemental de la instrucción, cada pequeño acto del servicio le producía un verdadero asombro. El primer día que le dijeron que estaba de cuarto, puso tal cara de susto, que no pudimos menos de reírnos.
—Y eso, ¿qué es? —preguntó.
Cuando le explicamos que tenía que pasar parte de la noche en vela, cuidando los caballos se alegró mucho.
—Mejor —dijo—. Me llevaré una luz y leeré.
Pero en los campamentos no se puede gastar bromas, y las Luces están terminantemente prohibidas después del toque de silencio. Además, aquella noche, les dio por soltarse a los caballos, y Edgar no paré un momento, según nos contó al día siguiente. Para sus compañeros de escuadrón, manchegos casi todos, y manchegos del Toboso y Valdepeñas, de Tomelloso y Membrilla, que parecen descendientes del que sirviera de modela a Cervantes pera su Sancho, Edgar es un tipo incomprensible.
Y como el ama, el cura, la sobrina y el barbero, me decían esos compañeros suyos confidencialmente:
—Está así el voluntario de tanto leer…
Marqués de Loriana
Semblanzas de la guerra – Edgar Neville (Calamidad de cuota)
“La Época”, 29 de abril de 1922