don basilio, amigo del señor feliú

Miguel Mihura: “No, don Basilio”

Miguel Mihura, por MingoteLas personas sensibles y de buena fe, las que no actuamos en la vida con mala intención, tenemos que darnos prisa en hablar bien de los hermanos Marx, y en hacerles una buena estatua en cualquier sitio céntrico, antes de que algún cretino mal intencionado, como usted, empiece a decir por ahí que ya no tienen gracia, y los hermanos Marx, llenos de asco, se tengan que dedicar a cuidar gallinas en Kansas City y vayan borrándose poco a poco de las pantallas, como se fueron borrando Tomasín, Buster Keaton, Harold, Harry Langdon, el mismo Chaplin y todos los grandes graciosos del cinema.

Hay que decir de ellos que son maravillosos y colocarles una condecoración en la solapa, y hablar de ellos bien a cada momento, antes de que se vean obligados a meter en un baúl sus bigotes y sus pelucas, porque no hay nada más triste y de peor gusto que hablar de un gracioso cuando ya a nadie le hace gracia; cuando el público, con esa exigencia inhumana que tiene para el gracioso y que no tiene para con los demás artistas, a fuerza de pedirle más gracia cada día y más carcajadas cada vez, y más imaginación y más fantasía, le ha vuelto la espalda despectivamente, con ese desprecio y ese rencor inconfesable que se tiene para el que nos ha hecho reír, para el que nos ha despejado, durante unos momentos, de nuestra enorme gravedad de burros. […]

Por eso, la mayor parte de los gracioso, que saben que su gracia pasa y muere sin dejar rastro, buscan un fondo tierno y humano a sus farsas para que haya al menos, una lágrima, y sea esa lágrima la que quede, como hacía Charlot, que siempre estaba dando la lata con su lágrima, ambicioso de posteridad.

Los hermanos Marx, saben que también la lágrima es inútil; que, con lágrima o sin lágrima, el público siempre está deseando darles esquinazo y no acordarse más de ellos, y por eso no hacen al público ninguna concesión; no son tiernos y humanos; no acarician a los niños ni a los animales; no les interesan nada las flores ni los crepúsculos; ellos lo único que hacen es ponerlo todo patas arriba y reírse de quien se les ponga por delante. Y, además, hacen bien.

No respetan ni siquiera el amor, como otros graciosos, que se enamoran al menor descuido, sino que también se mueren de risa con el amor y para ellos el amor es una señorita rubia que pasa por la calle y entonces ellos van y la asustan con una bocina. Y ya está. Lo que debe ser, en realidad, el amor.

No hacen concesiones a la gente porque saben que es inútil hacer concesiones a las señoras gordas, que los odian, que no los pueden soportar, que les llaman mamarrachos en cuanto pueden, porque les atacan los nervios.

Los hermanos Marx vengan así a sus compañeros, a todos los otros graciosos que han muerto olvidados y a los que no les sirvió de nada su ternura, su amor, su página lírica, su humildad, su risa que esconde una lágrima, su tragedia grotesca, su desconsuelo.
A los otros graciosos les tomaban el pelo en las películas. […] Ellos no son nunca ‘pobrecillos’ ni muchísimo menos. Siempre tienen razón. Están en el secreto. Don unos tíos más listos que nadie.

Es tal la fuerza de su optimismo y tanta su importancia, que no hay derecho a tenerlos encerrados en la pantalla como en una jaula, y deberíamos sacarlos de allí y traerlos a Europa a vivir con nosotros. ¡Qué maravillosa ciudad, alegre y confiada, sería la ciudad en la que viviese Groucho Marx!

Hay que empezar ya a reaccionar ante la vida como los Marx, y a dejarnos de cuentos. Parece que esto es imposible; pero si se tuviese el valor de intentarlo, veríamos que no ocurría nada, que todos empezaríamos a pasarlo mejor y que dejarían de existir problemas que ahora sólo existen por ese deseo de echarle seriedad a todo, de ponernos de luto por cualquier bobada, de querer ser más formales que nadie, de romper a llorar por cualquier majadería.

Miguel Mihura: “No, don Basilio”, en La Codorniz N. 249, 26 de mayo de 1946.